Hacía frío. La nevada que había caído dos noches atrás sobre la ciudad continuaba tiñendo de blanco las calles, aunque comenzaba a distinguirse un tono gris en los bordes de las aceras y en los lugares donde la gente transitaba con mayor regularidad.
A pesar de la temperatura, que caía bastante por debajo del cero cuando el sol se escondía, le gustaba esa época del año. Las noches no eran tan oscuras por las luces de navidad que decoraban los escaparates de las tiendas, las farolas y las ventanas de las casas; además le gustaba mirar a la gente que amenizaba sus tardes yendo de compras o de paseo con los niños. Él lo había hecho así, mucho tiempo atrás, cuando su vida todavía no era una ruina y no había perdido aún a sus seres queridos.
Se estaba haciendo tarde, era hora de regresar a su refugio, un estrecho pasaje comercial donde se resguardaba del frío bajo una manta, dispuesta sobre planchas de cartón. De camino, metió la mano en su bolsillo y contó las monedas que había conseguido esa jornada. Tenía bastantes para comprar un bocadillo, en esas fechas la gente solía ser más amable y generosa, pero decidió guardar el dinero para procurarse una comida caliente al día siguiente, Navidad. Era uno de los pocos caprichos que se iba a permitir esas fiestas.